Los superpoderes de tu respiración.
Podemos aguantar semanas sin comer.
Podemos aguantar hasta diez días sin dormir y hasta tres sin beber agua.
Pero tras dos o tres minutos sin respirar, no volvemos a despertarnos.
La respiración no es solo crucial para nuestra supervivencia. Está directamente relacionada con nuestras emociones y reacciones.
Piensa en alguna vez en la que te hayas dado un susto. ¿Que es lo primero que se te ha alterado?
La respiración. E igual que le afectan los sustos, le afectan todas tus emociones.
Nuestro sistema nervioso autónomo, que es el que regula cosas involuntarias como el latido del corazón, la vasodilatación, la contracción y relajación de los músculos, la producción de hormonas o la respiración, tiene dos modos de funcionamiento: el simpático y el parasimpático.
Pese a lo que su nombre indica, el sistema nervioso simpático no tiene nada de amable. Es el sistema de lucha o huída que nuestro cerebro activa cuando recibe un aviso de peligro. Y no un peligro cualquiera. Este sistema de lucha está preparado para literalmente salvarnos en el caso de que nuestra vida corra peligro.
Para eso activa la producción de adrenalina en las suprarrenales y dedica todos los recursos disponibles para prepararnos para la pelea. Reduce el flujo sanguíneo de la piel y los órganos internos y aumenta el de los grandes grupos musculares, acelera el ritmo cardiaco, ensancha los pulmones y bronquios y reduce la movilidad intestinal.
Luego tenemos el sistema para simpático. Y este sí es muy amable.
El sistema para-simpático genera un estado de reposo y regeneración imprescindible para la salud física y mental. En oposición al simpático, baja el ritmo cardiaco y respiratorio, relaja la tensión de los músculos y le devuelve a los órganos internos todos sus recursos.
Y cuando ha devuelto todo a la normalidad, pone en funcionamiento los poderosos sistemas de limpieza del cuerpo eliminando desechos y toxinas.
Ahora. durante cientos de miles de años, teníamos contratado a tiempo completo al sistema parasimpático y el simpático venía de vez en cuando a salvarnos la vida durante cinco o diez minutos.
Al domesticarnos, al dejar de vivir en el presente, hicimos indefinido al simpático y dejamos al sistema dedicado a limpiarnos, regenerarnos y hacernos sentir bien, relegado a con suerte, unas cuantas horas cada noche.
Entonces, ¿Cómo podemos devolverle el puesto al parasimpático y volver a nuestro equilibrio?
Respirando. Cada vez que conectas con la respiración y alargas la expulsión del aire de forma consciente activas tu sistema nervioso parasimpático.
De forma inconsciente, llevas utilizando esta técnica toda tu vida al suspirar o respirar profundo ante un problema. Ahora ha llegado el momento de que aproveches todo su potencial para recuperar el equilibrio.
Siéntate de forma cómoda. Te puedes sentar en el suelo con las piernas cruzadas o en una silla con ambos pies apoyados en el suelo. ¿Te apetece tumbarte o estar de pie? ¡Por supuesto! Lo importante es que la postura te resulte agradable.
Cierra los ojos y observa la respiración. No intervengas. Limítate a sentir cómo entra y sale el aire por la nariz y a observar qué partes del cuerpo se mueven al respirar.
Ahora inspira de forma profunda y expulsa el aire lo más despacio posible.
Otra vez. A tu ritmo, ve contando hasta cuatro al inspirar y hasta seis al soltar el aire.
En pocos minutos podrás sentir cómo se va liberando la tensión de tu cuerpo y vas recuperando el equilibrio.